Humus, un suelo vivo

Desde la primera asociación entre un hongo y un alga sobre la roca madre, a la que llamamos liquen, comienza la acumulación de restos orgánicos en descomposición que denominamos “Humus”.

Materia orgánica de origen mayormente vegetal pero también microbiano y animal, forman la necromasa, que por oxidación simple o por la intervención de organismos vivos (que la ingieren y aportan enzimas que la transforman y aceleran los procesos de descomposición) da como resultado esa capa superior de los suelos fértiles y completos, de color negro debido al carbono que contiene cuando es “humus joven”… y con tonos pardo rojizos cuando está muy descompuesto y con mayor estabilidad debido a la transformación casi total de la necromasa, cuando es “humus viejo”.

Ambos tienen una influencia física sobre los suelos, reteniendo agua, impidiendo escorrentías, la insolación y la erosión del terreno en definitiva… y sirviendo como reservorio de nutrientes para las plantas.

Sin vida y muerte no hay humus… Las hojas de las plantas y de los árboles, los restos de tallos, troncos y ramas, raíces, cortezas, semillas y flores… los excrementos de animales y micoorganismos y sus cuerpos una vez muertos… los exudados de plantas como el propóleo y las mieladas producidas por parásitos o por las propias plantas… todo lo vivo acaba muriendo y formando parte de lo que posibilitará el buen desarrollo de nuevos organismos vivos.

La función de los saprófagos y carroñeros es muy importante para la descomposición de la materia orgánica y la fertilidad de los suelos… y por tanto, este detritus formado por el “desgaste” de toda materia orgánica, es una gran fuente de nutrientes y parte indispensable del sistema digestivo e inmunológico de las plantas, con su propia “flora y fauna” microbiana o “microbiota”.

Según el clima y otros factores, el humus puede acumularse lentamente, como es el caso de los climas fríos, o mineralizarse rápidamente como puede suceder en climas cálidos.

En suelos como los de zonas de clima tropical, en la Amazonía o en las cuencas del Congo, los suelos son pobres y poco profundos y los nutrientes están concentrados en la vegetación y los otros seres vivos, siendo aquí imprescindible el papel de los saprófagos, destacando el papel de las micorrizas u hongos que habitan los suelos en simbiosis con las raíces de los vegetales, que facilitan la absorción de nutrientes por parte de las plantas.

En circunstancias como estas, también el hombre ha producido desde tiempos primitivos, humus de forma “artificial” como es el caso de la Terra Preta del Amazonas, mediante la mezcla del suelo natural con carbón vegetal, deshechos animales y vegetales de la alimentación humana, excrementos, huesos de pescado y fragmentos de cerámica o terracota.

Este tipo de humus artificial o “tierra negra antropogénica”, contienen miles de microorganismos diferentes y su alto grado de fertilidad y buena estructura lo dotan de una gran riqueza en nutrientes y capacidad de retención de estos y de la humedad.

Como hemos visto, el humus es una parte esencial de los procesos naturales que benefician la vida y que se encargan de dar salida a los organismos o materia viva que muere, reciclándose y sirviendo de capa protectora del suelo y reservorio de nutrientes.


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